Hacer reír, hacer llorar


Una frase manida: Hacer reír es más difícil que hacer llorar. Fue válida antes de las toneladas de producciones audiovisuales que hoy tenemos a nuestra disposición.

Hoy, es tan complicado hacer reír como hacer llorar.

Estamos insensibilizados ante el humor

El vídeo / la fotografía / el meme más gracioso del momento… está presente cada momento. Los wasaps están cargados de chistes textuales, visuales y sonoros. Incluso en algunos momentos, decimos: no me apetece reír.

Sí, estamos saturados de cosas graciosas.

¿No me crees? Hoy es difícil conseguir las carcajadas del público que consiguieron los Lumiere con El regador regado (1895).

Estamos insensibilizados ante la tragedia

Cada vez conmueven menos los anuncios y las noticias sobre refugiados de la guerra, personas desahuciadas, ancianos abandonados, niños que mueren de hambre y personas que reclaman fondos para afrontar operaciones quirúrgicas complejas.

En cuanto aparece en YouTube un niño desnutrido con fondo de piano, clicamos SALTAR EL ANUNCIO. Queremos ver el videoclip o el tutorial de esto o lo otro.

Ante tanta pornografía sentimental… ¿Cómo puede conmovernos una ficción? ¿Cómo los creadores podemos conseguir las risas y las lágrimas del público?

Contar con un presupuesto generoso no es garantía para emocionar a una audiencia.

Parece que solo funciona indignar a las personas.

Pero conseguir la indignación ajena es sencillo. Carece de mérito exaltar a seguidores de una franquicia cinematográfica, fanáticos de algún partido político o a personas cuyas bios en las redes sociales incluyen uno o más -ismos.

Siempre hay alguien enojado por algo.

Lo mismo por una bandera puesta al revés que por la manera de cocinar una tortilla de patatas. A veces, indignar al público es tan sencillo que puedes molestar incluso sin pretenderlo.

Otra cosa, muy diferente es tomar tu propia indignación como motor de una historia.

To be or not to be (1942). Hacer reír, hacer llorar.
To be or not to be (1942), dirigida por Lubitsch ofendió a quienes no pretendía: al público norteamericano. La audiencia consideró abominable hacer humor de la guerra contra los nazis.

La ira es una emoción que ningún artista debiera arrancar. Dejémosla a los demagogos.

Hacer reír, hacer llorar

¿Cómo podemos entonces hacer reír, hacer llorar en tiempos de pornografía sentimental?

Entre las toneladas de entretenimiento en forma de foto, vídeo y texto hay una cualidad que no puede clonarse, plagiarse ni plegarse a las fórmulas: la honestidad del creador. Ser auténtico es una cualidad que le ha funcionado a los artistas en toda época.

Contar: lo que noquea la cabeza remueve las entrañas acelera el corazón, quema los ovarios, los testículos… Entonces: harás reír o llorar no porque has usado una fórmula sino porque otros dirán: «¡Así me siento!» «¡Así me sentí!»

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